Me comentaba Antonia los pormenores del trabajo profesional desde su hogar y que no es tan idílico como parece, por lo que a principios de año decidió buscar un espacio en una de estas incubadoras que las corporaciones de derecho público locales ponen a disposición del emprendimiento. Después de mirar en pocos sitios, puesto que la oferta es escasa, localizó uno de estos lugares en un polígono, que además de famoso por otras actividades “de la vida”, le pillaba bastante mal en materia de comunicaciones. No obstante, decidió visitar las instalaciones. La corporación le detalló con todo lujo lo que le iba a costar el alquiler de aquellos metros cuadrados sopesados (imagen incorporada posteriormente; fuente: pixabay).
Cuando, obligado por las circunstancias profesionales, iba a decidirse, se le cruzó a la abogada un business center en pleno Teatinos (Ciudad de la Justicia), a un paso de los juzgados y ¡Sólo tenía que coger un autobús! Pero lo más sorprendente de todo fue ¡Su precio!: Igual que el cubículo del polígono. En síntesis: la más cara la que tenía que ser más asequible. Me alegro mucho por ella y no entiendo cómo un servicio de ayuda al emprendedor salga más caro que un alquiler privado puro y duro. Así nos va y todos tan panchos: el pueblo tiene que pagar lo que decía el político que no iba a costar nada, siendo enchironado por coger una gallina para comer y los de siempre se van de rositas mientras roban a mansalva.